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Poniente, un lugar donde los veranos pueden durar años y los inviernos toda una vida. Un mundo frágil; donde la magia y fuerzas antiguas se revuelven en el mundo conocido y en las tierras del frío eterno Más allá del Muro. Se acerca el invierno y trae helados vientos de guerra.

Las Antiguas Costumbres de las Islas del Hierro

Las Antiguas Costumbres son la ley de las aguas, la ley de la batalla y la ley de aquellos que invaden las costas de Poniente para tomar lo que no pueden hacer ellos mismos. Sus seguidores creen que la agricultura, la pesca y cavar la tierra son labores para esclavos, y que el único comercio que hay que aprender es el de la guerra.

Los habitantes de estas áridas islas son conocidos entre ellos como Hijos del Hierro y en el resto de Poniente como los Hombres del Hierro. Son hombres de mar y su supremacía naval fue una vez incomparable. Son considerados personas independientes, fieros y algunas veces crueles. Viven en tierras duras y áridas y no guardan afecto por las tierras del interior y sus caminos verdes. Los bastardos nacidos en las Islas del Hierro reciben el apellido Pyke.

El precepto básico es que sólo lo que se consigue mediante la lucha con otro tiene algún valor. Las joyas pagadas con oro se consideran una indulgencia de mujeres; los hombres que quieran engalanarse deben conseguir sus adornos de los cadáveres que hayan matado, lo que se conoce como “pagar el precio del hierro”.

De aquellos que siguen las Antiguas Costumbres se espera que no muestren miedo en la batalla, y se sabe de hombres del Hierro que han entrado en furias tales que les han vuelto inmunes al miedo y al dolor. Los blancos habituales para las incursiones son los pueblos y granjas situados cerca del agua. Los isleños consideran que lanzar rocas contra los castillos para conquistarlos es una locura propia de los habitantes de las tierras verdes y que la gloria en la lucha se consigue siendo capaz de ver la cara de tu enemigo mientras lo matas.

Si resultan ganadores de una batalla, las Antiguas Costumbres dictan que los vencedores pueden tomar todo lo que deseen de aquellos a los que han conquistado, incluyendo hombres, mujeres y niños. Los que estén en buen estado de salud como para trabajar la fina capa de tierra y las oscuras minas de las Islas, y que no tengan aspecto de que vayan a luchar por su libertad, son enviados de vuelta como esclavos, y las mujeres son tomadas normalmente como “esposas de sal”. El resto son ejecutados, aunque aquellas consideradas demasiado viejas o feas pueden, y es frecuente, ser violadas antes, y algunos de los condenados se enfrentan al desafortunado destino de ser sumergidos en agua hasta la muerte como ofrenda al Dios Ahogado. Hecho esto, se prende fuego a la aldea para evitar que nadie más pueda utilizarla.

Dado que las Antiguas Costumbres favorecen a aquellos con fuerza física, están inherentemente sesgadas a favor de los hombres. La poligamia es una práctica aceptada para aquellos que tienen la fortaleza suficiente para soportar varias parejas. Un varón nacido en las Islas del Hierro podría tener varias mujeres: su verdadera esposa, una esposa de la roca, que fuera también de las Islas, y cualquier número de esposas de sal capturadas en las incursiones. En ocasiones, alguna mujer hija del Hierro ha seguido la llamada de las Antiguas Costumbres y ha capitaneado su propio barcoluengo. A éstas se las ve de forma similar a los hombres. De hecho, se dice a menudo que el mar y la brisa salada les dan los mismos apetitos que a los varones.

Los isleños son el único pueblo que ha seguido las Antiguas Costumbres, lo que ha provocado un conflicto con el continente durante gran parte de su historia. Aegon, el Conquistador, puso fin a su práctica cuando inmoló a la casa Hoare en Harrenhal. Si bien la fallida Rebelión de Balon estaba planeando el comienzo de su restitución, cuando los hombres del Trono de Hierro derrotaron a los de las Islas esos planes terminaron... al menos de momento.

El Dios Ahogado

Puede que el Norte tenga a sus antiguos dioses y el resto de Poniente siga a los Siete, pero los habitantes de las Islas de Hierro rezan al Dios Ahogado. El Dios Ahogado y las Antiguas Costumbres van de la mano, y se dice que esta deidad creó a los hombres de hierro de tal manera que pudieran tomar lo que quisieran de los habitantes de las tierras verdes.
Como los propios isleños, el Dios Ahogado es una deidad dura que exige tributo. Aquellos que lo insultan en presencia de un hijo del Hierro se encuentran rápidamente respirando agua de mar, y cuando es un devoto el que se ahoga, se dice que su dios necesitaba un remero fuerte. Se cree que los seguidores que encuentran este final tienen un lugar reservado en los salones hundidos del Dios Ahogado, donde comerán en su mesa, y todos sus deseos serán satisfechos por las sirenas. Y mientras que esta fe prohíbe a un hijo del Hierro derramar la sangre de otro, el ahogamiento es una forma legítima de evitar esta prohibición, ya que es una muerte que no hace brotar sangre.

Los lugareños creen que su deidad se ha enfrentado durante milenios con el Dios de la Tormenta, que reside en una fortaleza en las nubes. Se dice que los cuervos son criaturas del Dios de la Tormenta, y que el mar se agita enfurecido cuando ambos entes se enzarzan en batalla. No obstante, al igual que sucede con el Dios Ahogado, los hijos del Hierro son los únicos que creen en este otro ser.
  • Rezar al Dios Ahogado
Normalmente, todo lo que se necesita para consagrar la propia fe a este dios es que un sacerdote realice un ahogamiento ritual que consiste simplemente en que el religioso bendiga la cabeza del receptor mientras es ungida con, si es un recién nacido, o empapada en agua de mar.

Pero hay una forma más peligrosa de ritual que está reservada exclusivamente a aquellos que quieren dedicarse a su dios por completo. Para empezar, el iniciado camina desnudo adentrándose en el mar, donde es retenido bajo el agua por un sacerdote del Dios Ahogado (y por otros, en el caso de que la fe del creyente demuestre ser débil) hasta que comienza a asfixiarse. Mientras los pulmones del candidato se llenan de agua, el religioso entona la siguiente homilía: “Señor dios que te ahogaste por nosotros, permite que tu siervo [nombre del iniciado] renazca del mar, como lo hiciste tú. Bendícelo con sal, bendícelo con piedra, bendícelo con acero.” Se debe mantener al pretendiente bajo el agua hasta que pierda el conocimiento.

Una vez el cuerpo queda inerte es arrastrado a la orilla, donde los fieles intentan revivirlo. Suponiendo que tengan éxito, el sacerdote comienza la letanía final, afirmando “Lo que está muerto no puede morir.” La respuesta del iniciado debe ser: “sino que se levanta otra vez, más grande, más fuerte”.

Cada uno de los fieles presentes da la bienvenida al nuevo miembro del rebaño con un puñetazo y un beso. Tras eso, el iniciado es vestido con una túnica basta de cuadros azules, verdes y grises, y se le entrega un garrote fabricado de madera a la deriva. El sacerdote completa el ritual diciendo “Ahora perteneces al mar, así que el mar te ha armado. Rezamos para que esgrimas el garrote con valor contra todos los enemigos de tu dios”.

En este punto, el candidato ha sido lavado de su vida pasada y se ha unido a las filas de los acólitos conocidos como los hombres ahogados. A partir de ahora debe actuar como emisario de su dios, y ayudar a los sacerdotes hasta que pueda realizar ahogamientos por él mismo.

A pesar de que avanzar entre los rangos de los hombres ahogados proporciona cierta cantidad de prestigio entre los hijos del Hierro, no hace que sus vidas sean más agradables. De hecho, ocurre precisamente lo contrario. Se espera que los hombres ahogados sólo utilicen bienes recogidos del mar para satisfacer sus necesidades cotidianas, incluyendo cobijo, comida y vestimenta. Por lo tanto, sólo aquellos que tienen una fe inconmovible en el Dios Ahogado eligen unirse a sus sagradas filas.

La Esclavitud en las Islas del Hierro

Entre el botín que pueden tomar por derecho aquellos hijos del Hierro que hayan pagado el precio del hierro, se encuentra la gente de los pueblos que han saqueado. La relación que tienen con estos cautivos es compleja. Aunque no consideran a los esclavos una propiedad, tampoco permiten a aquellos que no han participado en la incursión reclamar los despojos. Más aún, se espera que los que han sido capturados en una incursión sean enviados a las Islas (con la excepción de aquellas que sean nombradas esposas de la sal); no se considera una buena práctica canjearlos por oro u otros bienes.

Los habitantes de las tierras verdes enviados a las Islas del Hierro pueden esperar pasar todo el resto de su vida en ellas. No obstante, los hijos de estos esclavos se consideran libres de la obligación de servir de sus padres, siempre y cuando se conviertan a la religión del Dios Ahogado. Dado que los niños no tienen recuerdos de los lugares en los que vivieron antes de su cautividad, esta costumbre, en la práctica, casi asegura que la nueva generación adopte las Islas del Hierro como su hogar. Sin embargo, esto no otorga a los nuevos ciudadanos ni un ápice de respeto más, ya que los “verdaderos” hijos del Hierro siempre serán conscientes del linaje de los esclavos.

Independientemente de las complejidades que los hijos del Hierro añadan a esta práctica, se trata de esclavitud a todos los efectos salvo en el nombre, con gente que tiene que irse a vivir a otro lugar por la fuerza, dejando sus tierras natales para trabajar hasta la muerte en una de las regiones más despiadadamente desoladas de todo Poniente. Y los beneficios que obtiene la siguiente generación parecen generosos, hasta que queda claro que dado que no hay otra opción real disponible para ellos (a excepción de continuar en la esclavitud si eligen no convertirse), por lo que realmente no tienen ninguna alternativa en absoluto.

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